La imaginación es el deseo en acción. Deseamos las formas que imaginamos pero esas imágenes adoptan la forma que nuestro deseo les ha impuesto. Al final regresamos a nosotros mismos: hemos perseguido, sin tocarla, nuestra sombra.
El erotismo es un disparo de la
imaginación y por esto no tiene límites, excepto aquellos que le traza nuestra
naturaleza (el poder de fabulación de cada uno y su conformación psíquica tanto
o más que su cuerpo). O dicho de otro modo: el erotismo es un infinito al
servicio de nuestra finitud. De ahí que sus combinaciones, prácticamente
incontables, terminen por parecemos monótonas. Lo son: su diversidad es
repetición.
El libertino se propone la
abolición del otro y por esto lo convierte en «objeto erótico». Cada cuerpo que
toca se transforma en humo y cada una de sus experiencias, al cumplirse, se
anula. Su actividad es una peregrinación hacia un punto siempre inminente y que
sin cesar se desvanece, reaparece y vuelve a desaparecer.
La imaginación solitaria es
circular; el fastidio, y no nada más el desencanto, nos espera al final de cada
vuelta. Se puede ser vicioso por debilidad, tontería, falta de imaginación o
cualquier otro defecto del ánima o del cuerpo. Libertino sólo se puede ser por
ascetismo -según lo revelan L'Histoire d'O y otras guías de iniciación- o por
convicción filosófica, como lo demuestra con abundancia el marqués de Sade. En
uno y en otros casos el premio no es el placer, el conocimiento o el poder sino
la insensibilidad. Un estado de indiferencia, descrito ya por los antiguos
estoicos y los filósofos de la India, salvo que el camino del libertinaje es
más largo y penoso y sus resultados más inciertos.
El amor, en cambio, no nace de la
imaginación sino de la vista. El enamorado no inventa: reconoce. Su imaginación
no está en libertad; debe enfrentarse a ese misterio que es la persona amada.
El amante está condenado a
adivinar, aunque sepa de antemano que son ilusorias la pregunta y la respuesta,
qué hay detrás de esa frente y qué atrae a esos ojos: ¿en qué piensas, a quién
miras? Dichoso o infeliz, satisfecho o desdeñado, el que ama debe contar con el
otro; su presencia le impone un límite y lo lleva así a reconocer su finitud.
Esta limitación abre otro reino, ese sí de veras ilimitado, a su imaginación.
El erotismo
es una infinita multiplicación de cuerpos finitos; el amor es el descubrimiento
de un infinito en una sola criatura.
El camino de la pasión: Ramón López Velarde / Octavio Paz
El camino de la pasión: Ramón López Velarde / Octavio Paz
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